Queda un rincón del universo que todavía no ha sido descubierto por los exploradores de la NASA, donde no llegan las misiones espaciales ni el humo del olvido. Un punto exacto sobre el que se refleja el brillo del parpadeo de una gaviota que no tiene miedo a volar. Bajo la última manta que sacas del armario cuando diciembre llama a la puerta, donde no existe más aire que el vacío que dejas al respirar. Sí, parece extraño, pero te prometo que una vez estuve allí, saltando sobre las rocas que baña el mar cada vez que se apaga el sol, jugando a no perder la calma entre velocidad y descontrol. Allí los gritos no asustan ni se alquilan verdades, las mentiras no pesan y las dudas nadan en mares de recuerdos no vividos todavía. Una vez me contó un pez a punto de perder el autobús que, si quieres volver, tan solo tienes que volar, porque, cuando aprendes a volar, has perdido el miedo y, si lo piensas, en el fondo solo somos eso, miedo.
Hoy por usted, maestro Joaquín.
Y cómo huir
cuando no quedan
islas para naufragar
al país
donde los sabios se retiran
del agravio de buscar
labios que sacan de quicio,
mentiras que ganan juicios
tan sumarios que envilecen
el cristal de los acuarios
de los peces de ciudad.
martes, 29 de julio de 2014
miércoles, 9 de julio de 2014
Piensa, luego existes
Supongo que, como todo en la vida, hemos cambiado. He cambiado. El que ahora escribe estas líneas poco se parece al que las empezó hace cinco años titubeando ante el abismo que se avecinaba en su vida. Aun así, muchas caídas después, no he perdido la ilusión al sentarme frente a un teclado y apagar las voces del mundo exterior. Sin embargo resulta imposible encontrar la motivación en los mismos temas de antaño y eso lo convierte en un reto. Un reto al que pienso seguir jugando.
Hoy te voy a proponer un juego. Solo vale si despejas la materia gris y le dedicas un par de minutos. Minutos sin prejuicios, minutos de esos de mente abierta para que las ideas puedan fluir y no rebotar en las paredes de esa cabeza acostumbrada a dejarse llevar por la rutina.
Piensa en tu problema más grave a día de hoy, en estos momentos. Aquello que no se va de tu cabeza, y si es algo pasajero, ingrávido, mucho mejor. Posiblemente no vaya más allá de esta semana o quizá la que viene, resulta un problema sí, aunque alguien pueda no entenderlo, para ti es importante y con eso basta.
Ahora cuenta los pasos que llevan desde donde estás leyendo esto hasta la puerta de la última tienda a la que has entrado hoy. ¿Pocos? Ahora piensa en todas y cada una de las personas que pueden vivir en ese camino. Todas ellas tienen ese mismo número de problemas, es más, seguro que hay al menos una que tiene un problema grave (de los que de verdad, de esos que no se cuentan) entre manos y aun así no ha torcido la cara cuando te la has cruzado. Pero con eso no basta, ahora vamos más allá.
Piensa en todos los kilómetros que has hecho viajando en tu vida, piensa en cada uno de los sitios que has visto, traza con los dedos una línea imaginaria y, uniendo cada uno de esos pedazitos, forma una larga cuerda. Ahora dibuja una circunferencia en tu planeta mental que abarque toda esa distancia. Enorme, ¿verdad? Pues supongamos que en todo ese espacio viven cientos, miles, millones posiblemente de personas, cada una de ellas con sus mañanas y sus noches, sus quehaceres y pesadillas, con sus noches de desvelo y sus gritos de rabia ahogada. Han visto accidentes, nacimientos, lágrimas y mañanas de ojeras tras noches que no acaban. La vida, esa que a veces olvidamos el precio que tiene, es la misma para ellos, la compartimos y lo más probable es que entre todos ellos, haya alguien que la quiera más que nosotros. Curioso, ¿eh? si es la misma que la nuestra y todos venimos del mismo sitio. Pues alguien, o quizás algo, le ha enseñado a quererse.
Ahora y para terminar vamos a cambiar el arriba y abajo por el delante y detrás. Piensa en los millones de años que han pasado desde que todo esto empezó a rodar. Piensa en que, mientras nosotros éramos la nada en su mayor expresión, han nacido, crecido y muerto civilizaciones enteras. Todas ellas con sus historias personales e interpersonales, posiblemente más interesantes y curiosas que las nuestras, pero eso nunca lo sabremos porque no van a venir a contárnoslo, espero.
Es enorme la vida, somos una diminuta partícula dentro de un universo tan exageradamente perfecto que no nos deja percibir más que sus imperfecciones y nos convertimos, a veces, en esclavos de ellas. Créeme si te digo que da igual si sale mal, si no llegas, si fallas, si te caes o te levantas, si no te creen o si no te encuentras. Solo cuenta para ti, solo cuentas para ti. Nunca sabrás nada de lo que ha ocurrido en la mente de todas esas personas que hemos contado antes, nunca sabrás si han sumado sus días como una montaña rusa de emociones o como una lista de la compra en el súper del olvido. Pero, ¿acaso eso importa? Al final solo queda lo bueno, lo que nos llevamos, lo que ganamos, lo que nos hace diferentes, lo que nos motiva a jugar para ganar. Al final lo que cuenta es lo que va por dentro, y lo que va por dentro sabe mucho mejor si lo vestimos de victorias. Relativiza la vida y disfrútala porque, ¿sabes? nadie te va a decir dónde está el final. Y siempre es mejor que nos pille cantando.
He visto luces en el bar
Creí que allí te encontraría
Soy dibujante temporal
Amante de la asincronía
He retocado aquellas noches
De vete, lucha y gana
De muérdeme y verás.
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