Tenían un verso que no aprendió a rimar, un álbum de mechas que nunca llegaron a prender y la última sílaba de la palabra que se queda muda cuando el beso corta la frase. Eran un principio de física no formulado, la última noche antes de perder la cordura, el ibuprofeno de las cuatro de la mañana. Eran un techo en blanco y una mirada fija, las coordenadas de un naufragio, el secreto del antes cosido con las grapas del después. El reloj que solo arranca cuando cierras el pasado, cuando se dan cuenta de que no llegarían a ser si seguían viviendo de lo que fueron.
Pero no dejaron que nadie salvara sus vidas. Se fue el invierno, y las sombras, y el gris. Se derritió la nieve, arrancó el tren, murió la desidia y a su entierro solo fueron los clavos del ataud. A veces solo el paso del tiempo cura las heridas. A veces, y solo a veces, las miradas expresan más que las palabras. Y se hicieron adictos. A la primavera, a sus ojos, a la vida.
Aquí todos me entienden
menos yo.
¿Y qué le voy a hacer
si es una explosión
que sale de tu voz
directa al corazón?
sábado, 21 de febrero de 2015
lunes, 2 de febrero de 2015
Era
Era como la piel de gallina bajo el abrigo de febrero. Era vértigo bajando de una montaña rusa, a toda velocidad entre pulsaciones febriles. Era silencio. Era esa gota de aceite que resbala de la tostada de un lunes, el azúcar que engaña a la cuchara y cae fuera del café. Era miedo y deseo, una película francesa, un cruce de caminos. Era esa palabra que no esperas en voz alta, sin querer, sin pensarla. Era una de Sabina sonando de fondo mientras Madrid se apaga bajo la lluvia de abril. Era martes y domingo, era un otoño sin hojas secas, una Navidad a mitad de agosto. Era lo más grande que puedas imaginar y, aun así, se cansó de ser.
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