Quizás necesitábamos alejarnos de todo para recordar el precio que tienen las cosas. O quizás simplemente estemos aprendiendo a echar de menos. Qué irónica la vida.
Un buenos días. Un abrazo en un día flojo, un beso de alguien que te quiere. Coger el autobús, un café con tostada en una terraza llena de gente, la cerveza del sábado, el despertador del lunes. Salir a correr, llegar rápido a casa porque llueve, una tarde aburrida en el centro comercial. Aquel concierto, un estreno en el cine. Un día distinto en el trabajo, un mensaje de quien no esperabas, salir a merendar. La vida estaba en todas partes y, a veces, se nos olvidaba lo jodidamente espectacular que era.
Qué ganas de volver a ver el mundo girar, de emocionarnos, de gritar, de sentir. Al menos, me queda la certeza de que, si de algo va a servir esta pausa, es para aprender a valorar la suerte que tenemos de ser lo que somos. De estar vivos.
Saldremos de esta. Sí, saldremos de esta. Y saldremos siendo mejores.
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