Cuando ya suenan lejanas las notas de aquella canción, únicamente en mi cabeza. Miras alrededor y te maldices sabiendo que no hay vuelta atrás. El viento enrojece tus mejillas y te hace tiritar de frío, ¿pero solo es frío? No, son mañanas, tardes y noches de abrigo, de la tenue luz de casa, esa sensación de que todo está controlado, esa calma casi perfecta que da sentido a la inconsciencia.
Tu condición de persona fuerte y decidida no te permite dudar, quien algo quiere algo le cuesta reza un principio que te has grabado a fuego en la piel. Un fuego que quema, uno de esos que no terminan de apagarse. Maldito sea el tiempo, sus caprichos susceptibles y su melancólica realidad. Maldita sea cada hoja de ese calendario que una vez en el suelo muere, se desvanece. Maldito seas tú y tu ingenua manera de creer en imposibles. Maldito sea el espejo, ese reflejo que te ha visto crecer y escupe realidades cada mañana.
Pero hay algo, una sombra, una mueca, un sonido, una luz, una constante que se repite y te hace pensar. Te desmonta la conciencia y tira por tierra la consistencia de cada recuerdo. Una realidad se viste de presentes y hoy eres tú el que conduce ese coche de madrugada, el que llega cansado a casa, el que cambia de canal para ver el telediario, el que prepara ese café que tanto te gustaba oler, el que desayuna con prisas, el que pone la hora al despertador. Hoy eres tú quien lucha por conseguir esa destreza que te permite soñar tranquilo. Hoy los ojos se posan sobre ti esperando algo grande y ya no quedan excusas, no hay trampas, ya no son suficientes los principios sin finales. La vida ahora es tuya, es caprichosa y vulnerable, es fría y consecuente. Es simplemente vida.
Ya hace algunos siglos que he empezado a sospechar
que he caído sin quererlo en tu gravedad.
Es como si andara siempre en espiral,
cuando encuentro una salida, tú apareces.
Así que alégrate, lo has conseguido,
los días sin ti serán precipicios,
no hay manera humana de escapar.
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