Y es que ya ves, a pesar de los años me sigue costando escribir, encontrar esas pinceladas de magia es cada vez más costoso y la primavera no ayuda en este Madrid abarrotado de gente, nubes y planes por hacer.
No sé si es el tiempo, las neuronas que han quedado por el camino tras innumerables noches tan largas como los secretos que aguardan, la falta de ilusión o el exceso de caídas, pero estas letras cada vez se difuminan más lentamente sobre el teclado. Quizás necesite una pizca de Alicante y su sol para levantar el ánimo o, simplemente, la vida tiene estas cosas.
Prometo no perder esos trazos de vida dibujados en líneas de historias que a nadie le interesan pero suponen un mundo. Prometo luchar por recuperar la esencia en los pequeños placeres de la vida. Necesito una dosis de café por las mañanas, de rutina sumergida en ilusiones, de viajes en tren, de tardes en el sofá. Necesito una dosis de mí mismo.
De momento, me conformo con morir en letras perfectas, y es que la vida, sin música, es mucho menos vida.
Si acerco el oído, no podré escuchar el mar.
¿No ves? Tan solo aquel ruido que aceptamos por verdad.
¿Y si el ruido es todo lo que sé?
Un ruido que hasta el silencio ve.
Huyamos hoy, antes de las diez.
Si huimos hoy, no enloqueceré.
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