Eres el espacio que queda entre dos acordes de piano, la nota que sigue sonando mientras el dedo vuela hasta la siguiente tecla. Eres la playa que se vacía en septiembre, la arena que desaparece cuando sube la marea. Eres la última gota cayendo fuera del vaso, la primera ráfaga de viento que despierta octubre, eres una de Vetusta sonando de fondo cuando vuelves pronto. Exacto, eres temprano, eres esos minutos que le ganas al reloj cuando llegas primero y sientes que, por un momento, te has adelantado a la vida. Y la dejas correr. Eres el truco que no se explica, el tacto de tus pies fríos a media noche. Eres las hojas caídas de noviembre, un respiro en la tormenta, una tormenta en día de rutina.
Yo siempre viviendo a medio camino entre un imposible y un ojalá, bebiendo la copa del calendario de un año que ya no vuelve, por más que insista en negarlo. Vendiendo baratas las excusas para no comprar un presente que nunca supe conjugar, escribiendo en pretéritos imperfectos que de usarlos han perdido el color. Y se quedan desnudos entre mi espalda y tu pared, entre el fuego que no prende y el humo que todavía quema, que todavía escuece. La balanza que de tanto buscar el equilibrio no se acuerda de ser libre.
Y en eso pasamos los días. Tú volando a diez mil pies sobre el nivel del mal. Yo dibujando mentiras, coleccionando azoteas, perdiendo el miedo a las alturas, aprendiendo a volar sin paracaídas.
Este bendito cuento que se repite,
como las olas y su envite,
como el sorteo en navidad,
gira clavado en puntos suspensivos,
siembra en los cruces de caminos
promesas de inmortalidad.
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