domingo, 15 de noviembre de 2009

Noviembre


Las hojas de los árboles ya dejaron de caer y aunque no me guste, el otoño hace tiempo que entró en casa. Las noches son más frías, el edredón endulza mis sueños y los hace calentitos, mientras que despertarse es cada vez una tarea más complicada. Y es que noviembre ya empieza a madurar. Anochece pronto, demasiado pronto, y las luces del verano y sus dias eternos, con sus eternas noches ya quedan como un recuerdo lejano que se va perdiendo poco a poco en un mar de olvido, bufandas y olor a castañas.

Me enloquece el tic-tac del reloj, el implacable paso de las horas y los dias frente a mi ventana. El rastro de mis huellas en cada camino que piso y nunca volveré a ver. Me dejo envolver por el tacto de los recuerdos que hacen llevaderas las noches de un otoño diferente a los anteriores, nostálgico y canalla. Por primera vez siento frío y tengo prisa. Por primera vez mirar al frente no me da seguridad sino el desasosiego de unos pilares que flotan a la deriva y no mantienen más que el día a día. El desolador vacío del inconformismo con la vida, con mi vida. Mañana despertaré, sí. Pero, ¿Qué más da?

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