Ochocientas sesenta y cuatro horas han durado mis ganas, quizás no es un récord, pero posiblemente ha sido más que estos años atrás. Hasta aquí hemos llegado dicen, burlonas. Ahora, lo de siempre, el vacío. Las noches de guerras a degüello entre el ayer y el quizás, el silencio. Ahora, la nada, otra vez. Pelear con el día a día en lugar de vivirlo, arrastrarse en vez de saltar, morir a pequeñas gotas, agachar la cabeza con el yugo perenne que no te perdona. Seguir andando. No es una llamada, solo es un grito, un vómito de desidia y minutos. La resignación de no ser mi sitio ni mi momento, no ser mi yo, ni mi aquí ni mi ahora. 'Hay ausencias que no se llenan con nada' dicen, será eso, ausencia. De sentido.
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