lunes, 27 de julio de 2015

Gracias

Hay siete millones de formas diferentes de entender la vida. Hay kilómetros, lugares, toneladas de momentos que determinarán si estás dentro o si estás fuera. A veces es tan solo una coincidencia espaciotemporal, o una larga lista de noches que van derribando un muro de hielo que, una vez en tierra, ya no vuelve a crecer. A veces no importa ni cómo hemos llegado hasta aquí ni qué hay que hacer para seguir cuidándolo, a veces no importa nada más que estar y dejarse llevar. Y cuando haya que tomar decisiones, seguro que sabremos cómo hacerlo. Porque siempre hemos sabido, porque lo llevamos dentro.

Estoy orgulloso de cada rato que escribimos juntos y de sentir que entender la vida, si es con vosotros, es jodidamente mejor. Porque las cosas solo se comprenden cuando eres tú el que las cuenta. Me alegro de poder gritarle al mundo que sois mis amigos. Hoy es el Low el que acaba. Mañana será el Sonorama. Pasado quién sabe. Pero estaremos ahí para contarlo. Vivir, viviendo siempre.

Como diría Rayden: 'Que las peores cárceles no tienen vallas y los mejores ángeles no tienen alas, pero saben volar.'

Y como diría LC 'Tan importante es saber estar como no molestar.'


domingo, 12 de julio de 2015

Puntos suspensivos

Lo malo del folio en blanco es el miedo al vacío. El temblor de lo que no llega, los espacios inertes, el horror vacui que decían los romanos. Soy alérgico al punto muerto, a la ausencia de retos, al vaivén de sinsabores. No es sano vivir sin estar sumergido en objetivos, rutinas y proyectos. Dentro y fuera del trabajo. Al fin y al cabo vivir es avanzar, y el camino solo tiene sentido si lleva hacia alguna parte.

Dicen que hay lugares y personas que nos marcan, que nos representan, donde queremos quedarnos a dormir. Se trata de esas cosas que solo se entienden cuando las vives desde dentro, que determinan tu ADN, igual que el color de ojos o el número de minutos que necesitas desde que suena el despertador hasta que aterrizas en la Tierra. A veces ni siquiera los elegimos nosotros, somos protagonistas pasivos de nuestra propia historia, nos dejamos enamorar y, es por eso, que nos marcan tanto. Enamorar, curiosa palabra. Nunca he sabido definir si realmente te enamoras de una persona o de un lugar, de una sensación. De pequeño creía que el amor era un nombre, sus ojos, su forma de tocarte. Pero la vida me enseñó que el tiempo te puede volver a enseñar esos ojos y que al cruzarte con ellos solo sientas frío. Sin embargo me sigo estremeciendo cada vez que paso por aquellos sitios prohibidos. Aunque ya no esté ella, ni siquiera esté yo. Por esa razón no sé definir lo que es el amor, pero tengo muy claro que sin él no se debería vivir.

Es entonces, cuando no encuentras ni lo uno ni lo otro, donde aparece el abismo, el vacío. La caída libre. Pero lo malo, como lo bueno, se termina. Por definición tenemos fecha de caducidad y todo lo que nos envuelve tiene el mismo sello. De repente suena la alarma y al subir la persiana te das cuenta de que si hemos llegado hasta aquí, es porque merece la pena seguir jugando. Aunque sea un rato.



Lo peor del amor, cuando termina,
son las habitaciones ventiladas,
el solo de pijamas con sordina,
la adrenalina en camas separadas.

Lo malo del después son los despojos
que embalsaman los pájaros del sueño,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole ni dueño.

Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a galeras los archivos.

Lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos suspensivos.