lunes, 27 de octubre de 2014

Tic, tac

Tic, tac, tic, tac. El minutero se envalentona y te reta a salir corriendo, se agota el espacio en un tiempo que no es tuyo, ni mío, ni nuestro. Fuerte y preciso, un golpe seco en la femoral y el contoneo dubitativo te regala unos segundos dorados. Tienes ventaja y lo sabes, la lluvia no te arrastra, tus demonios se detienen. Eres fuerte y aceptas un nuevo asalto, no quieres mirar atrás, no debes dudar, un titubeo y se va todo a la mierda. La corriente no pesa lo suficiente para poder contigo, pero sabes que no eres eterno. Te sostienes de un par de versos y un acorde mal cosido que ni siquiera eres capaz de descifrar sin equivocarte, pero es insuficiente. Por equipaje un par de letras viejas, fotos en las que ya nadie piensa y el mismo corazón que el primer día. Con lo que eso supone. Sabes que hay salida, la has visto, la reconocerías con los ojos cerrados, su olor. Ese olor. Mañana será otro día, escuchas mientras pierdes la mirada entre la sombra que dibujan los edificios y el horizonte. Mañana es demasiado tarde.



Nunca es primavera donde tú creciste.
Sigues teniendo carita de pena,
pero no me mires con tus ojos tristes.

viernes, 17 de octubre de 2014

I just don't know what to do with myself

Dos cuerpos que caen al vacío sintomático. Se rompe la cuerda que mantenía fijas las paredes y el suelo empieza a temblar. Tu autosuficiencia tiritando en un rincón de la habitación. Y ahí estás tú, gritando al nombre tu viento, vertiendo cada gota de veneno sobre un nosotros que ya no se sostiene. La bombilla que parpadea en el baño de un hotel de carretera. El semáforo en ambar que dibuja tus dudas. Suena de fondo The White Stripes y se desmonta tu subconsciente a golpe de guitarra. Y entonces el caos. I just don't know what to do with myself.

domingo, 5 de octubre de 2014

Y se hizo la música

La rutina tiene ese enigmático efecto de convertir en placentera la pereza constante, de embriagarte de momentos que por sí mismos carecen de sentido pero sumidos en una marea tediosa de agobios a contrarreloj, se convierten en un bálsamo casi inexpugnable. La rutina tiene ese efecto que consigue dormir tus sentidos, tus emociones, hasta tu propia razón convirtiéndote en un alma que no siente, solo padece y se deja llevar.

Sin embargo, este fin de semana ha vuelto la única llave que despierta mi alma desde hace años, ha vuelto a sonar el despertador y la música lo ha llenado todo. Sentir, bailar, gritar, correr, reinventarse, volver a quererse (a uno mismo). A veces olvidamos que la vida son todas esas cosas trascendentales que despiertan nuestros sentidos, justo esas cosas que no se perciben cuando se es consciente. Vuelve a sonar la música y con ella los recuerdos, los pasados y los que vendrán, vuelve a sonar la música y con ella las ganas de no morir jamás. Y es que esta puta vida es demasiado corta como para no querer dejar huella.

Se apagan las luces, suena un bajo, un foco ilumina la voz que tiene el poder de llevarte al más allá, y lo hace. Se apaga la desidia y suena la música. Y volamos alto.