miércoles, 26 de marzo de 2014

Lluvia

Le pusieron de nombre Lluvia porque nació en verano. Y no se equivocaron. Pronto aprendió que la vida es una cálida contradicción en la que aprendes a echar de más antes que de menos.

Vestía sus tardes de café, manta y libro. Se abrazaba al vaho de la ventana mientras escribía en el cristal versos que no conducían a ninguna parte. Hay nombres que nunca se olvidan y nos convierten en esclavos de un recuerdo. Es curioso cómo la mente nos vende a bajo coste ante una mirada bonita.

Una noche salió a buscar un aliento que dinamitara su vida, cambiando silencios por minutos de más, defectos por gotas de sudor. Pero olvidó que la libertad ni se compra ni se vende, que los genes son tatuajes que no elegimos.

Aquella noche dejó de llover. Aquella noche empezó el otoño.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Ingravidez

Ella era un piropo fácil que no sabía perder, una princesa de papá acostumbrada a no pensar. Él, un principio de ingravidez, la mancha en el currículum de la vida, un trago largo de sabor amargo. Se cruzaron sin trampas ni permiso.

-Dame dos noches y te convenceré de que el tiempo no es más que un estado de ánimo. - le dijo.
-Seguro que eres igual con todas.

Las sombras de la persiana en su espalda firmaron la despedida. El problema de los barrotes es que no entienden de libertad.

#Microrrelato1

martes, 4 de marzo de 2014

Mi vida sin mí

Es tan fácil como entrar en una vida ajena sin decreto ni ley, resulta sencillo sentir cómo se desvanecen las horas construyendo diques de frágiles silencios que se ahogan con un soplido. Te estremece ver como crece, sientes, gritas. No somos de metal y morimos por una dentada de inquietud, nos derrite el sabor de la novedad desvirgando nuestros recuerdos. Fue tan sencillo como un no a destiempo, una puerta que juega traviesa a no aprender a cerrarse. Sientes cómo el hielo avanza convirtiendo los ríos de palpitaciones en frío sin tapujos, en olor a traición con chicle de menta.

Dicen que adaptarse y aprender a aceptar la realidad nos hace más fuertes y a la vez más humanos. Nos entierra en esa trinchera que nos amedrenta de noche y nos cobija con silencios mal acabados los días de mierda y tormenta. Comienzas a olvidar qué fue aquello que nos hizo únicos, aceptas cambiar la quintaesencia de nuestras vidas por un seguro a todo riesgo que nos evite caídas. Aceptas que ya no volverán las líneas curvas, las carcajadas de madrugada, el temblor en las rodillas. A cambio: una mirada que ya no vuela pero te hace sentir cómodo, una bolsa de pipas y un banco de madera para ver pasar la nostalgia como un tren de mercancías a la deriva. A un lado la ráfaga de viento y al otro la pared. O saltas ahora o morirá el huracán. Pero ya no te importa, hace demasiado tiempo que te autoconvenciste de que es lo que toca.

Pero, por una vez, piensas en lo que pasaría si saltas. Cierras los puños y dejas que la gravedad haga el resto. Te planteas que, para una vida que te ha tocado vivir, mejor equivocarte a tiempo que morir en el intento.



Lonely, lonely.