domingo, 5 de octubre de 2014

Y se hizo la música

La rutina tiene ese enigmático efecto de convertir en placentera la pereza constante, de embriagarte de momentos que por sí mismos carecen de sentido pero sumidos en una marea tediosa de agobios a contrarreloj, se convierten en un bálsamo casi inexpugnable. La rutina tiene ese efecto que consigue dormir tus sentidos, tus emociones, hasta tu propia razón convirtiéndote en un alma que no siente, solo padece y se deja llevar.

Sin embargo, este fin de semana ha vuelto la única llave que despierta mi alma desde hace años, ha vuelto a sonar el despertador y la música lo ha llenado todo. Sentir, bailar, gritar, correr, reinventarse, volver a quererse (a uno mismo). A veces olvidamos que la vida son todas esas cosas trascendentales que despiertan nuestros sentidos, justo esas cosas que no se perciben cuando se es consciente. Vuelve a sonar la música y con ella los recuerdos, los pasados y los que vendrán, vuelve a sonar la música y con ella las ganas de no morir jamás. Y es que esta puta vida es demasiado corta como para no querer dejar huella.

Se apagan las luces, suena un bajo, un foco ilumina la voz que tiene el poder de llevarte al más allá, y lo hace. Se apaga la desidia y suena la música. Y volamos alto.

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