jueves, 10 de mayo de 2018

Recuerdo

Recuerdo la mano que me aprieta fuerte y los ojos que me miran desde arriba y acompañan, recuerdo la sonrisa de todo va a ir bien. Recuerdo la calma. Recuerdo los nervios ante lo desconocido, los primeros días en manga corta y los deberes hasta tarde. Recuerdo el helado de nata. Recuerdo el miedo al fracaso, la ilusión al verano y una pequeña piscina en la azotea. Recuerdo que mayo era cambio, nunca anochecía y los días eran luz, justo al contrario que mi septiembre. Recuerdo que se rompía la zona de confort y aparecían los retos, recuerdo que todas las ilusiones se mezclaban entre un manojo de ideas que se perdían en los bolsillos. Recuerdo el caos inconexo de una infancia distinta. Recuerdo las horas en la calle, las primeras emociones y la distancia al uno mismo. Perderse para encontrarse, ya sabes. Recuerdo los pósters en la habitación, los ideales por bandera y los principios siempre por encima de los finales. Recuerdo el miedo a no avanzar. Recuerdo la incomprensión del sentirme distinto. Recuerdo imitar sin sentir, recuerdo llegar a ser. Recuerdo cambios, recuerdo tomar decisiones, recuerdo cariño, mucho cariño. Recuerdo la pérdida más grande de todas. Recuerdo que estar vivo llegó a no ser mucho más que levantarse de la cama. Recuerdo soledad y vacío. Recuerdo miedo a querer recordar. Pero también recuerdo Madrid y San Isidro, recuerdo abrazos y magia. Recuerdo ganas, recuerdo la carne de gallina y la piel morena. Recuerdo electricidad. Recuerdo que llegar a recordar se convirtió en un privilegio.

Mi vida en mayo se escribe con recuerdos. A veces, nuestras emociones son efímeras, nuestras preocupaciones no duran más de unos días y nuestros proyectos se marchitan al compás de una sociedad que cada vez corre más deprisa. Pero en el fondo de todo eso, somos los recuerdos que nos han traído hasta aquí. Hay quien reniega recordar, quien pregona olvidar el pasado para escribir el futuro, como recetan esos gurús del coaching. También hay quien se ahoga en sus recuerdos y no encuentra el salvavidas hasta morir en sus orillas. Como no me gustan los extremos, por mi parte diré que siempre que he olvidado, he acabado tropezándome. Y es que, como dice Elvira Sastre en Baluarte, uno es de donde llora pero siempre querrá ir a donde ríe. 


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