miércoles, 29 de mayo de 2013

Frío.



Puede que todavía le quedaran ganas de seguir corriendo pero prefirió esconderse. Tal vez no iba a llegar más lejos, si más allá solo quedaban cenizas. Había perdido la cuenta de las veces en las que aquellos recuerdos habían estrangulado sus ganas de dormir, y los ojos como platos se perdían en el techo una noche más. Las cosas solo pasan una vez en la vida y lo sabía, pero siempre queda la esperanza de que venga algo mejor. Era entonces, quizás, cuando empezaba a entender que cada persona es única e irrepetible y, cada sonrisa que te dedique, cada mirada, cada gota de su sudor, son una puntada de hilo más. Cada vez más fuerte.

Tenía ganas de gritar pero no serviría de nada. La vida que dejamos atrás ya no vuelve, sus recuerdos se desvanecían y se negaba a perderlos. Se morían en sus manos como el agua de la lluvia. Ya no quedaba nada de ella y él, que se descosía a cada paso, temía que se diera cuenta y no le perdonase.



Tú saldrás de ésta, créeme,
y pronto entonarás pequeños cánticos,
y en algún bar apartado,
ahogaremos al espanto y nos pedirá perdón.

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