sábado, 11 de mayo de 2013

Un presente que no muere.

Somos los actores de una comedia dificil de ver, una peculiar trama que a nadie convence. Nos esforzamos por dibujar sonrisas de cartón ante unos ojos que no compran ni venden, que se han cansado de creer historias vacías. Somos piedra y papel, ambas caras de una moneda lanzada al aire, un arma de doble filo que ni pincha ni corta.

Todavía me gusta creer que sigo siendo aquella persona que ponía banda sonora a un mundo por descubrir, quien tomaba el camino más largo de vuelta a casa para poder escuchar una canción más en esos cascos viejos. Quien inventaba razones, doblaba la apuesta y sonreía aún a sabiendas de que la partida estaba perdida.

No quiero ser el participio de un verso que termina, no quiero entender si ello implica dejar de soñar. Necesito ser un gerundio constante, una palabra que no se olvida, un presente que no muere.

Y es entonces cuando te sientas frente a una página en blanco y todo fluye. Rabia, melancolía, tensión, odio y amor. Un corazón que se estremece ante la idea de ser aquello que siempre soñó y no le dejaron. El rey de un ajedrez desgastado.

Dame alas y llegaré tan alto como puedas imaginar,
te dije, pero la caída es un abismo difícil de soportar.



No habrá un siempre para los dos al final de este invierno.
No habrá nada que conservar, no habrá olvidos ni recuerdos,
el río los arrastrará cuando llegue el deshielo.

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