martes, 31 de agosto de 2010

treinta y uno de agosto


Y sin querer las dudas se convierten en sueños y los miedos en poesía.

El verano se marcha haciendo lenta la espera ante el abismo de inseguridades que se avecina al otro extremo de la página del calendario. No tengo ni idea de qué puede pasar, intento coser palmo a palmo un edredón de quehaceres que cubran mi rutina, una base sobre la que todo tenga sentido un año más.

Me nubla la mente el airecillo fresco del otoño que asoma tras la puerta del 31 de agosto. Hoy parecía que el cielo se había empeñado en recordarme que ya se ha ido todo lo que daba sentido a este verano y no queda otra que esperarle a que se decida a volver. Tal vez dentro de 10 meses, quien sabe.

Silencio, frío, rutina y esa sensación de extraño bienestar. Ese encanto que sólo tienen estos meses y que contrarios a la dulzura del resto del año, cada vez me parecen más enigmáticos. Nada como una novela que empieza en septiembre. Nada como un amor al compás de los días de otoño. Me da miedo y me gusta a la vez. Será que me pierdo en ese abanico de marrones... Otra vez.

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