miércoles, 20 de febrero de 2013

Una y otra vez.

¿Te has preguntado cuál es el precio de un recuerdo?

Buscamos con vehemencia despertar esa llama que arde cuando tocamos el cielo. Necesitamos sentir ese vuelco en el estómago que sólo producen algunas personas y algunos lugares, y ese efecto hipnótico que causan en nuestro sistema nervioso. Millones de neuronas colapsando en una orgía de sensaciones que únicamente se puede describir con una imagen. Esa imagen que queda grabada en la mente y nos hace enloquecer.

Una mano que se desliza por debajo de la sábana, una mirada que se cruza en el espejo, una palabra inesperada, un abrazo sincero, una caricia nerviosa, un hasta mañana que esconde significados tan incontenibles como efímeros. La huella que pintamos en alguien es a la vez juez y verdugo del resto de sus días. El inconsciente es un arma que juega a traición y nos obliga a comparar cada paso que damos con aquellos que han marcado nuestro ayer. Y es solo cuando ya lo hemos vivido, cuando somos conscientes de su inmortalidad.

Una sola vida nunca es tiempo suficiente para olvidar y, aunque nos cansemos de intentar evitarlo, somos víctimas de nuestros recuerdos y protagonistas de esa película que vamos a ver día tras día cuando cerremos los ojos.

Cuida tus pisadas, tal vez cueste demasiado borrarlas.



Siempre estuvo tras de mí
y no la quise ver,
se fue como escondida reptando la pared.
El tiempo pasará y nunca olvidaré
las cosas que decíamos que íbamos a hacer.
Alguna vez.

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