jueves, 6 de mayo de 2010

Volver


Salió de casa con la cara todavía empapada. No eran ni las ocho y faltaba un buen rato para entrar a trabajar. Aquella mañana el agua estaba menos fría que de costumbre y perdió la noción de tiempo y espacio bajo el grifo de la ducha. No iba a ser un día normal, y lo intuyó nada más despertar.

Con la soledad bajo el brazo abrió el portal y se marchó rumbo a ninguna parte. No quería más compañía que el sonido de sus pasos y ese vaivén de coches y personas que aisladas del mundo ajeno sumergen sus vidas en esa bendita rutina. Ir caminando al trabajo dando una vuelta por las calles desconocidas de la ciudad era, a priori, una idea sugerente.
Necesito estos ratos de soledad como una maldita droga, sólo perdiéndome me encuentro a mí mismo.
Estás loco, mira que eres raro.
No te falta razón.

Fue entonces cuando la vió. No era la misma que aquella mañana de septiembre. Los años habían hecho huella en su cara y no quedaba casi nada de la niña de dulce mirada. Habían llovido mares desde la última vez, y estaba casi seguro de haberla olvidado. No tenía sentido, ella no pintaba nada allí, era ridículo, ¿por qué ahora? ¿por qué después de tanto tiempo? ¿por qué a él? Era sólo un jodido pasaje guardado en un viejo cajón de su vida, una de esas cosas que vives y crees que forma parte de un sueño, que durante ese corto espacio de tiempo, el reloj se paró y el mundo dejó de girar. Pero ella volvió a aparecer y esta vez, no tenía prisa.
Va, no pienso decirle nada, seguro que ni se acuerda de mí. No seré tan estúpido de creer en las casualidades, no lo voy a hacer. No, no lo pienso hacer.

-Hola... ¿tienes un minuto?

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